El negro de París

¿Cómo están? ¿Se acuerdan que íbamos a leer el cuento "El negro de París"?
A pesar de que no nos podamos ver en la Escuela, vamos a empezar a leerlo. El que ya tenga su libro, puede leerlo directamente. El que no lo tenga puede ir leyéndolo acá.
Bueno, empezamos....

Por favor hacé clic en "Leer más"















































Observa la tapa del cuento y luego completa la siguiente ficha:



TÍTULO: ____________________________________________________________

AUTOR: ____________________________________________________________

 ILUSTRADOR: ______________________________________________________









Ahora que ya observaron la tapa del cuento, respondan: 
¿De que se tratará la historia? 
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¿Quiénes serán los protagonistas?
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¿En qué lugar ocurrirá la historia?
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¿Escucharon el nombre del autor?, ¿Lo conocen?
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Los invitamos a leer esta linda historia, para ello, necesitamos que disfrutes, imagines y te concentres en la historia. Podés leerlo las veces que quieras para vos mismo en voz baja o para tu familia en voz alta.


El Negro es un gato tranquilo, distante, tosco a veces, sin ser grosero. Mi papá y yo fuimos a buscarlo una tarde a la Sociedad Protectora de Animales de París. Habíamos llegado tiempo atrás a Francia, y yo me sentía muy solo, sin entender por qué habíamos dejado Buenos Aires con tanto apuro.   Mi papá y mi mamá me explicaron muchas veces que corríamos peligro mientras los militares gobernaran en el país y que sería mejor que yo creciera y fuera a una escuela en un lugar donde me enseñarían a vivir en libertad. Cuando nos fuimos de Buenos Aires no tuvimos tiempo de llevarnos nuestras cosas; yo tuve que dejar un triciclo y un largo tren eléctrico que hacía marchar entre montañas, bosques y ríos que cabían sobre la mesa del comedor. Pero lo que más me dolió fue dejar a Pulqui, que dormía conmigo hecha una bolita tibia, acurrucada entre mis piernas, hasta que me despertaba a la mañana, siempre a la misma hora, para ir al colegio.  Cuando llegó el momento de ir a tomar el avión, mi tío Casimiro vino a buscarla y me dijo que no estuviera triste, que él la cuidaría y cuando volviéramos iría con ella a buscarnos al aeropuerto. Me lo prometió, esperó que la acariciara un rato y después la metimos en una canasta de mimbre. La oí maullar mientras mi mamá me abrazaba y me apretaba muy fuerte y me decía que pronto volvería a verla. Llegamos a Francia y tuve que hacer nuevos amigos que hablaban un idioma cantarín y engolado que al principio no entendía. Todo era nuevo para mí: el idioma, pero también la nieve, las calles que terminaban enseguida y si uno doblaba una esquina, se perdía, porque en París es imposible dar la vuelta a la manzana. Les muestro el plano de mi barrio y díganme ustedes cómo harían para ubicarse en este enjambre de callecitas. 










¡Lindo lío! No sé cómo se las arreglará el cartero para ir y venir por ese jeroglífico, pero de vez en cuando traía una carta de mi tío Casimiro para papá y mamá y una foto de Pulqui para mí. Pero la foto no me bastaba. Yo quería acariciarla y jugar con ella, y tanto la extrañaba que un día mi papá me propuso que le buscáramos un amigo. Un lindo gato que pudiera recorrer las calles de París sin perderse y que alguna vez llevaríamos con nosotros a la Argentina para que se reuniera con Pulqui y le contara cómo es esta ciudad vista desde los techos. Entonces una tarde fuimos en ómnibus a la Sociedad Protectora de Animales y encontramos al Negro. Había muchos gatos y perros y gente que los miraba y hablaba. Daban lástima, ahí encerrados esperando que alguien viniera a buscarlos. Yo hubiera querido llevármelos a todos, perros y gatos, pero tenía razón mi mamá cuando me dijo que no había lugar en casa para todo el mundo. Nuestro departamento era muy chiquito y hubiera sido un lío tenerlos a todos sobre la cama, sobre el ropero, en la bañadera y hasta en los cajones de los armarios. Así que estuvimos mirando hasta que vi al Negro. Estaba sobre un tronco largo que atravesaba la jaula, echado, con la mirada distante como si soñara. No bien lo vi con esos ojos redondos como cacerolas y esos bigotes largos como cañas de pescar, me pareció que lo conocía de toda la vida. Me dije que a Pulqui le gustaría que le lleváramos un amigo así. Lo llamé a través del alambre, mish, mish, mish, mishmish, y tardó un rato en mover la cabeza y mirarme como diciendo: “Callate, no hagas el ridículo ¿querés?”











De modo que cerré la boca, sonreí, lo señalé con el dedo y le dije a mi papá: Ese todo negro, llevemos ese que tiene cara de zonzo.  Lo traté de zonzo a propósito, como para que viera que no me iba a impresionar con su mirada de arrogancia. Yo los conozco muy bien a los gatos, que como se saben gráciles y hermosos quieren impresionar a la gente con la indiferencia y la coquetería. En el fondo son unos tímidos holgazanes que no saben vivir solos como los leones, o los elefantes, o los pájaros. Nos lo entregaron en una caja de cartón a la que sólo le faltaba el moño. Como los franceses son muy prolijos, nos dieron su cédula de identidad en la que figuraba su nombre que ya no recuerdo y que él no respondía. También su certificado de vacuna y un papelito que decía que lo habían encontrado perdido en la calle y que tenía seis meses de edad.  Mientras íbamos en el taxi hice la cuenta: estábamos en junio, y si el Negro –yo ya lo llamaba así‐ tenía seis meses quería decir que había nacido, como yo, en enero. Decidí, entonces, que cumpliéramos años el mismo día. De esa manera, cuando mis papás me hicieran la fiesta de cumpleaños yo tendría que invitarlo a soplar conmigo las velas de la torta y hacerle un regalo como para un gato.

Hoy vamos a leer hasta acá, en los próximos días seguimos.



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