Seguimos trabajando con el Negro



Más aventuras de la historia del Negro de París.

Primero recordamos un poquito lo que trabajamos la clase anterior.
Estuvimos conociendo la vida del autor, para ello tuvimos que leer su biografía, luego establecimos algunas relaciones entre los relatos del cuento de el primer momento y la biografía del autor. Ahora continuamos con el cuento. para recordar lo anterior podés volver a leer las primeras páginas del cuento para seguir con la secuencia del cuento.
No te olvides de escribir la fecha, enumerar la hoja, poner tu nombre y el título.

Por favor, hacer clic para ver más.

Seguimos leyendo.

Me sorprendí, sabedor de las bromas que el gato pícaro solía hacerme a esas horas. “No –me insistió, no bromeo. Puedo mostrarte el mundo entero si te animas a subir conmigo alto, muy alto.” Y así emprendí la gran aventura de mi vida. Una aventura que ahora me animo a contar y que todavía me parece haber soñado, porque todavía siento mi respiración agitada, mi corazón que salta de emoción y mis ojos que se abren, enormes, para ver del otro lado del mar. La primera vez que salimos no llegamos muy lejos porque se me ocurrió entrar en un bar (en París los llaman bistró) donde vendían chocolatines y tuvimos que salir corriendo perseguidos por una manada de perros que nos tiraban tarascones a centímetros de las nalgas Resulta que en Francia los kioscos están dentro de los bares. No son tan surtidos como los argentinos, pero en algunos hay chicles y chocolates con almendras que a mí me gustan tanto… El Negro, en cambio, no quiere saber nada con eso y prefiere el pescado, que, a mí, la verdad, no me va ni me viene.   Tengo que confesar que el Negro me avisó que no entrábamos porque esos lugares suelen ser peligrosos. Pero como los gatos siempre exageran, insistí, lo tomé entre los brazos, abrí la puerta de un empujón, como John Wayne, y entré. Entonces me di cuenta que el Negro tenía razón. Adentro, al calorcito de la estufa, había una docena de perros de todo tipo, tamaño y color esperando que sus dueños terminaran el aperitivo.   Al verlo al Negro saltaron y empezaron a rascar el piso con las patas. Gruñían feo, sacaban la lengua y ladraban a coro. Eso de que perro que ladra no muerde: es un invento de ellos para que uno no salga corriendo.   ¿Qué hizo el Negro, acosado y en inferioridad de condiciones con sus cuatro kilos inmovilizados entre mis brazos? Lo primero fue llamarme estúpido y otras cosas más. Después agachó las orejas, infló la cola y mostró los cuatro lustrosos colmillos como si fueran clavos de carpintero. Yo me asusté un poco porque me di cuenta que estaba todo complicado y la íbamos a ligar. La puerta se había cerrado y ya no había tiempo para correr. Estábamos acorralados entre el mostrador y los perros, que se parecían a esos que se ven en la televisión en las películas de terror.   El Negro me miró, movió los bigotes y me hizo señas de que lo dejara sobre el mostrador. Había sacado unas uñas que parecían garfios, cosa de impresionar un poco a la concurrencia. Lo puse entre unas botellas y un cenicero y me hice a un lado temiendo que los mastines me hicieran añico los pantalones. Los parroquianos manotearon sus copas en un desesperado intento de salvar las últimas gotas de vermut y se fueron hacia la pared como para ver el espectáculo desde la platea. En sus miradas había una clara simpatía por el batallón de perros que rugían y movían sus cabezas como si no supieran por quién empezar, si por el Negro y por mí.   Eran perros amaestrados, como esos que tiene la policía. El más fiero era uno modelo alemán que respondía a un tipo grandote, de campera negra travesada por dos calaveras, que estaba jugando con la máquina tragamonedas. El grandote le decía: “Vaya, como, vaya” y se divertía a lo loco.   El Negro, entretanto, se paseaba por el mostrador, la pelambre toda inflada, sin perder de vista a sus adversarios.


















De vez en cuando, para fingir que el asunto no merecía toda su atención, levantaba una pata y le daba un par de lamidas como si fuera un helado. Yo estaba bastante julepeado, tengo que confesarlo, y si hubiera podido salir corriendo a buscar a mi papá para que nos diera una mano.   Por fin uno de los perros cargó como si estuviera en la caballería. Era un cuzquito de nada. Saltó, más por hacer pinta que por morder, y recibió un zarpazo debajo del morro que lo hizo volver gritando a la retaguardia. Hubo un estupor en la concurrencia. Yo pegué un grito.  ‐ ¡Vamos, Negro, ¡nomás! Y el gato me miró de reojo como diciendo No me hablé al tiro, compañero.   La gente empezó a hacer comentarios desagradables para el chico extranjero que había venido a arruinarles el aperitivo. Que “que tiene que hacer un pibe a estas horas en la calle”, y todas esas cosas. El Negro, bastante agrandado, saltó a una mesa vacía, olió el salero al pasar, como si de pronto se hubiera olvidado de los perros y luego volvió a inflarse.   Un petiso bigotudo, con una boina metida hasta las orejas, dijo que ya era hora de terminar con el asunto y dio la orden a su dóberman para que se lanzara al ataque. Yo trate de explicarle, desesperado, la diferencia de tamaño y de animal, pero no hubo caso. El petiso dio un grito y el perrazo salió como un cohete.   Cuando saltó tenía la boca muy abierta y le corría la baba entre los colmillos. El Negro se echó para atrás, arqueado como un jugador de tenis, y le tiró un derechazo de arriba hacia abajo. El perro, que empezaba a elevarse en el salto, se quedó en la mitad de camino, ensartado por la nariz.   Cayó sentado, un poco ridículo, y me dio lástima verlo tan incómodo. Otro con la trompa cuadrada, atropelló con un aullido largo y quiso subir a la mesa. El Negro se movió como un relámpago, bufó, se hizo a un lado, y sacó un zurdazo que dio justo en el morro del rival. El salero rodó y cayó sobre la cabeza de un perrito color canela que se había acercado para que no lo tomaran por flojo. Hubo desbande general.   El Negro dio un salto para ir a otra mesa ubicada cerca de la pared, pero el patrón del bar, hombre sin escrúpulos, se la apartó de un tirón. El pobre Negro cayó al suelo como una pera madura y vio que el asunto se le ponía feo. El dóberman no se hizo esperar y le tiró un tarascón que le arrancó un mechón de pelos del lomo. Para esquivarlo el Negro hizo una gambeta y derrapó como una moto. Desesperado me precipité hacia la puerta y la abrí de un tirón. El Negro amagó arrancar para el otro lado, hizo una finta y picó para la salida. No sé quién ganó la calle primero, si él o yo, pero los perros nos seguían pisándonos los talones y la gente del bar se asomó para ver la cacería. Corrimos cono avestruces hasta que vimos un paredón que debía tener dos metros de alto. El Negro, que corría delante, dio vuelta la cabeza para avisarme que había que hacerlo o estábamos perdidos. Así que saltamos juntos, a la desesperada, con el malón husmeándonos los tobillos. Fue como si de pronto fuéramos dos los gatos y un solo miedo.

























Llegamos al borde del paredón y estuvimos haciendo equilibrio un rato, resoplando, mientras el viento frío nos acariciaba los pelos; porque yo era un gato de albañal, como el Negro, y me sentía allí arriba como por encima del mundo. A salvo. Nos miramos y sonreímos. Me di cuenta, mientras caía la noche, que desde entonces los techos no tendrían secretos para mí. Ya podía hacerlo. Ya podía subir hasta las nubes y ver la Argentina a través del mar. Esa noche dormí profundamente, y al día siguiente, en el colegio, permanecí callado y sonriente cuando mis amigos contaban durante el recreo sus pequeñas aventuras de fin de semana.
¿Te está gustando la historia?, Que te parece si respondes las siguientes preguntas.
Después de haber leído estas páginas, podrías decir si tiene aspectos maravillosos. ¿cuáles? ¿Hay situaciones extraordinarias? ¿Qué cosas extraordinarias puede hacer el gato?, ¿Y el niño? Nombrá algunas acciones o situaciones.
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Para buscar información o leer un párrafo, podés releer la historia las veces que vos quieras.
    En la primera salida el Negro y el niño corren peligro, entraron a un kiosko que está dentro de un bar, de inmediato unos perros lo vieron al Negro. ¿Qué hicieron en ese momento los perros?, ¿y el Negro cómo se puso? Describí con tus propias palabras esas dos situaciones.
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    ¿Cómo se comunicaba en ese momento el Negro con el niño?, ¿Qué le decía?
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Estos son dos párrafos del cuento, le faltan las mayúsculas y las comas. Agrégalas y reescribila para que el Texto este correctamente escrito. Acordate que después de cada punto (Punto y seguido, punto y aparte se escribe con mayúscula).

  eran perros amaestrados, como esos que tiene la policía. el más fiero era uno modelo alemán que respondía a un tipo grandote de campera negra travesada por dos calaveras que estaba jugando con la máquina tragamonedas. el grandote le decía: “Vaya, como, vaya” y se divertía a lo loco.
  el negro entretanto se paseaba por el mostrador la pelambre toda inflada sin perder de vista a sus adversarios.


¡¡Leer para aprender!!

Si un texto escrito tiene faltas de ortografía, puede suceder que un lector no lo comprenda bien. Por eso, para comunicarse con propiedad, es útil conocer y respetar las normas.
Uso de la letra mayúscula
Las oraciones comienzan con letra mayúscula.
Los sustantivos propios se escriben con mayúscula.
Por Ejemplo, los nombres de:
-Personas o Animales singularizados. Ejemplo Soriano, Negro, Pulqui.
-Países, ciudades, continentes, regiones, ríos, montañas y otros accidentes geográficos. Ejemplo: Argentina, París, Eiffei, Atlántico.
-Los títulos y subtítulos de textos.


También es importante la puntuación.

Los Signos de puntuación son herramientas minúsculas, pero fundamentales a la hora de escribir un texto. Si faltan o no se usan de manera apropiada, el texto puede transmitir una información diferente de la que se quiere comunicar o puede no tener un significado claro y preciso. A pesar de que pueda existir más de una manera de puntuar un texto, hay ciertas reglas que conviene respetar.

Texto, párrafo y oración
  Un texto es una unidad de sentido y está formado por uno o varios párrafos.
  Un Párrafo está formado por uno o más oraciones. Se inicia con un espacio en blanco que lo separa del margen. Llamado sangría, y termina con un punto y aparte.
  La oración es una unidad de sentido menor al texto. Una o varias oraciones pueden integrar el párrafo de un texto si se refiere a un mismo tema. En este caso, se separan entre sí con punto y seguido.
    
Momento de escritura. Vos podés!!   
   Observa la imagen de la pelea del Negro y los perros que están en las páginas anteriores. Luego, escribí en tu carpeta esa situación, contalo en uno o dos párrafos, no te olvides de caracterizar bien al Negro. Acuérdate de usar las mayúsculas donde corresponde y signos de puntuación. 
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¡Para tener en cuenta!! Leé detenidamente para usarlo en tus producciones.

El uso del punto

 El Punto(.) separa unidades autónomas que integran un texto. Existen tres tipos:
·         Punto y seguido: separa oraciones que integran un párrafo. Después de punto seguido, se escribe en el mismo renglón. Ejemplo:
      Pero la foto no me bastaba. Yo quería acariciarla y jugar con ella como antes.
·         Punto y aparte: separa los párrafos de un texto. Después de punto y aparte, se continúa en el renglón siguiente. Ejemplo:
    Poco a poco, mi papa me fue contado una historia larga de desalientos y de utopías me decía que yo debería heredar, sobre todo la esperanza.
    Mientras mi papá me hablaba, el negro nos miraba como si la conversación le interesara.
·         Punto final: indica terminación de un escrito.
No debe escribirse punto:
. Al finalizar un título.
. Después de los signos de exclamación e interrogación.



!!Practicamos!!
Separá correctamente las palabras de la oración.
Chicos me ayudan a corregir esta oración. deberás separar las palabras correctamente, agregar mayúsculas, punto y coma donde corresponda. Luego escríbela correctamente en tu carpeta.


elnegro m emiró mo vió los bigotes yme hizo seña de que lod ejara sobr eel mostr ador

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